Llegaste de repente no sé de donde, te bajaste del carro molesto; parecía que no entendías nada, te quedaste pensativo y esperaste unos segundos; decidiste caminar. Fue entonces que te seguí.
Te detuviste en una esquina y luego seguiste a paso veloz; te veías confuso y mejor caminaste lento, me imagine que querías pensar las cosas, que no sabrías que decir esta vez.
Al llegar a tu casa entraste sin saludar a nadie, dejaste la puerta abierta, tus padres te vieron e intentaron detenerte, pero tú los ignoraste. Yo entré tras de ti y quise calmar su expresión de angustia, pero no supe. Estabas asustado y callado, no encontrabas tu lugar, tenías calor y frio, te sentabas y te parabas. Tenía tiempo que no te miraba y tu a mí, pero te dio gusto verme, aun así no quisiste saludarme. ¿Para qué? Tal vez pensaste.
Te mire de frente, tus ojos aun brillaban como entonces, tu mirada era la misma; quisiste llorar, me di cuenta, vi como tu pecho se elevaba para tomar más aire; también vi como intentaste aguantarte y ahogar una vez más ese dolor. Suspiraste fuerte y apretaste las manos con fuerza, tu cuerpo era más rígido y tu mirada cambio de color, de negro agua a negro duro, si, dijiste, hoy soy más fuerte, pero vi como pasaste saliva para tragarte con ella unas lágrimas. Tus cejas tupidas se inclinaron mostrando tu gran error y yo, supe darme cuenta. Seguí observándote detenidamente, tú en silencio me seguías con tus pupilas bailarinas, quisiste entenderme, pero tu inocencia impedía a toda costa que vieras un poco más allá.
Otra vez vi en ti aquel chiquillo que jugaba a ser valiente, de nuevo apretaste las manos y tragaste más saliva. Alzaste la barbilla algo altanero, creyendo que podías engañarme, pero sabes que a estas alturas ya no sabes mentir, sólo a ti mismo. Cuanta más saliva tragues más grande será el nudo, te dije al oído. Apretaste los labios y dijiste, tú que sabes, vete, no te necesito. Pero esta vez no me fui, me quede ahí a tu lado y toque tu hombro, intentaste quitarlo, y yo insistí. Entonces volví a mirarte a los ojos, te tome fuerte entre mis brazos, quise conmoverte, pero tu como siempre te resistías. ¿Porqué no me dices que pasó?, insistí; ¿Qué te alejó de mí? Quise saber; yo terco no te solté y te tome con más fuerza y entonces te acercaste a mi oído y salió de tu boca la verdad, yo me quedé tieso, frio y perplejo al escucharte, me dijiste,
Yo nunca me aleje, tú me fuiste olvidando poco a poco, eres tu el que no se rinde, eres tu el que no se quiebra, te la pasas mirándome sin darte cuenta que estas frente a ti mismo; y volví a tragar saliva, pude sentir el nudo atorado en mi pecho, volví a mirar, no quería equivocarme, me acerque al espejo y limpié con cuidado las manchas, mis ojos se hicieron pequeños, y el brillo en las pupilas se hiso agua, quise detenerme pero ya no pude, toque mis labios rojos con tu dedo, era verdad. Por fin salió el llanto del niño que deje atrás, deje de tener miedo y te dije adiós con una sonrisa.